martes, 30 de noviembre de 2021

“Yo sobreviví (Mis 789 días con Joseph Mengele)”, de Enrique Przewoznik (1980, biografía / historia)

Enrique Przewosnik, su autor, polaco de origen judío, padeció lo peor del nazismo y apenas pudo sobrevivir a él. Su terrible peregrinaje, base de este relato, comienza en Plonsk, su pueblo natal en 1939, y finaliza en Buenos Aires en 1947. 
Una de las etapas más conmovedoras de esta larga historia corresponde a los campos de concentración y crematorios de Auschwitz. Allí murieron sus padres, seis hermanos, cuatro sobrinos, dos cuñados.
Por muchos años guardó su experiencia, pero un día, a los 66 años, decidió sacársela de encima.
El azar lo colocó por más de dos años en las tareas de desinfección de algunos sectores de Auschwitz-Birkenau.
Precisamente, por encontrarse sometido a esos trabajos, estuvo muy cerca del doctor Joseph Mengele que hacía crueles experimentos científicos con los prisioneros.
Esa obligada cercanía le permitió a Przewosnik un conocimiento de Mengele cotidiano; por meses debió elevarle los partes diarios de desinfección. Lo vio reírse a carcajadas, lo vio perder los estribos, lo vio muchas veces con un leve gesto decidir quiénes morían ese día.

“Diario de la guerra del cerdo”, de Adolfo Bioy Casares (2005, novela)

Inesperado precursor de las revueltas estudiantiles, de la guerrilla urbana y hasta del movimiento punk, "Diario de la guerra del cerdo" es la profética crónica de una lucha implacable entre viejos y jóvenes. 
Una mañana, Isidro Vidal, jubilado sedentario y benévolo, descubre que el proceso de sustitución generacional se ha acelerado. Hordas de atléticos muchachos recorren Buenos Aires a la caza de viejos débiles y lentos. Obligados a improvisar una desesperada defensa, Vidal y sus amigos deberán aprender a moverse por una ciudad fantasmagórica, apenas iluminada por las antorchas de una guerra invisible, tan real como simbólica. Una guerra que se libra contra grupos rivales pero también contra un enemigo común: el inexorable paso del tiempo.
Adolfo Bioy Casares terminó esta novela magistral a principios de 1968. Según declaró en entrevistas, la escribió en un momento en que se sintió envejecer. Quizá por eso su historia no envejece y es tan nueva como la luz de cada día.